domingo, 16 de diciembre de 2007

Fiestas talibanas


Debo confesar que durante la celebración de navidad y año nuevo, cada día que pasa yo me siento más feliz. Imagino que usted comparte este sentimiento, pero posiblemente sea por motivos absolutamente diferentes. Yo me alegro porque nos acercamos más rápidamente al final de las fiestas de diciembre, que son las más fundamentalistas de occidente; festejos donde tenemos que ser o estar - porque sí alegres, comprensibles, abiertos y sensibles. Son momentos para sentir la dicha y "la fe en la vida" pero a juro. De diciembre a enero, la orden en el cuartel de este lado del mundo es ser optimista y andar contento, y pobre del que sienta lo contrario.
El primer acto talibán de la navidad son los adornos navideños que aparecen en cualquier rincón. Empieza diciembre y uno encuentra en una cauchera, en la oficina, en la entrada del quirófano de la clínica y en la funeraria "a typical Christmas tree", es decir, un arbolito de navidad. Y en la noche brillan lucecitas en los balcones, en las tiendas, en los alambres de púas que protegen al edificio de la clase media y en la camionetica que hace el recorrido Santa Lucía-Caracas. Gracias a esta necesidad de envolvernos en iconos navideños, los alcaldes de Venezuela ejecutan la más importante acción de políticas públicas en el año: una correcta ornamentación de navidad en las plazas y calles de su municipio.
Luego vienen las fiestas y reuniones familiares. Si estas casado, si estas soltero, si te botaron del trabajo, si las ventas fueron malas a causa de los buhoneros, si te matraquearon los tombos por ser buhonero, si se casó un amigo o se divorciaron varios conocidos, en diciembre todo se olvida porque llegó la rumba. El clímax de la celebración es por supuesto noche buena y año nuevo, donde el festejo incluye ropa de estreno. Atrévase a decirle a la familia: "quiero recibir el año haciendo algo diferente" o de manera más directa "mi amor porqué no nos quedamos en casa" para que de inmediato le espeten, "no empieces con la necedad", para luego coronar con "recuerda que nos comprometimos a ir a casa de la tía Eulalia y llevarle los higos secos. Es verdad que nos vamos a aburrir, pero eso no es motivo...".
El otro asunto de las celebraciones talibanas es la comida, que se resume a bollo y hallaca. ¿Sabe usted que hay gente que sufre en la temporada porque no le gusta la mezcla de carne, pasitas, cebolla y masa de harina de maíz cubierta con hoja de plátano? Una mañana cualquiera usted sugerirá: "¿mi amor porqué no desayunamos un periquito, arepas, caraota y un quesito de mano", y recibirá como respuesta la pregunta que suena a orden "¿por qué no te comes un bollo de la comadre con un poquito de ensalada que está guardada en el tupperware azul?". Por eso no es casual que el himno ritual digno de Al-Quaeda de estas fechas sea "digan lo que digan no discuto más, la mejor hallaca la hace mi mamá". ¿Cómo podemos pedir diálogo al gobierno si la fundamentalista cancioncita ha marcado nuestra vida?
Pero todo jolgorio -más aún el talibán- debe contar con la música propia de la temporada, que en nuestro caso son las incalificables gaitas. Entre palo y palo uno no sabe si es Amparito o el Negrito fullero quien vende bollos en el mercado, se le hace un nudo en la garganta cuando va pa´ Maracaibo y empieza a pasar el puente, y busca respuestas en aló presidente aló. Afortunadamente, y emulando a la estrella de Belén, las gaitas y sus intérpretes brillan y desaparecen durante el mismo mes.
La guinda de la torta en las obligadas celebraciones navideñas son aquellos buenos deseos que - según dicen - flotan en el aire y milagrosamente viven a pesar de que hemos oído durante 360 días que la economía está mala, que los hospitales no funcionan, que la corrupción sigue galopando, que los precios del petróleo van en picada, que el deterioro ambiental amenaza nuestra supervivencia, que el gobierno no sirve y tampoco la oposición.
El proceso talibán que nos obliga a ser felices por decreto divino es lo que explica que los más críticos escritores de opinión se atrevan a redactar cartas públicas al niño Jesús donde expresan anhelos imposibles de cumplir por el hijo de José y María, ni que cuente con el apoyo de San Nicolás y los renos. Es una consecuencia de las fiestas talibanas que, como un acto reflejo, por estas fechas todos los articulistas terminen sus escritos deseando feliz navidad y un próspero año 2002.
Alejandro Luy
Ilustración: Rogelio Chovet
24 de diciembre de 2001 - El Nacional

2 comentarios:

Dam dijo...

Gracias Alejandro por este artículo. Yo soy una de las que sufre este "talibanismo" desatado de la navidad.
A decir verdad yo las detesto, justo por la imposición de ser felices obligados, visitar a gente que no tragas, "calarte" los adornitos de navidad... Y lo peor de todo, a los intolerantes que no entienden que para algunos estas fechas no son ni importantes, ni necesariamente alegres.
El año pasado conseguí unas franelas con mensajes en contra a estas frenéticas fechas... Muy orgullosa me puse una el día de las elecciones 2006 (recuerden que llevamos casi 9 años consecutivos votando todos los diciembres), la franela en cuestión decía: La navidad es un tormento. Hice mi cola ciudadana para ejercer el derecho al voto, y cuando ya me retiraba una señora muy disgustada me gritó desde otra cola, "eres una amargada" seguida por los comentarios afirmativos de otros que la acompañaban. Para mi toda una lección de tolerancia este tema de la navidad, si no somos capaces de entender a alguien que desea sólo pasar estos días sin mucha presión cómo vamos a ser capaces de diálogo, inclusión o cualquier otra cosa que se le parezca.
La idea no era hablar de política aquí, sólo agradecerle a Alejandro el habernos tomado en cuenta a los que somos llamados "El Grinch" por el célebre cuento navideño del hombre verde que detestaba la navidad!

Alejandro Luy dijo...

Gracias Diana. Cuando escribí este artículo, en controversia con Carolina Espada para El Nacional, fueron numerosos los comentarios talibanes. "Amargado" fue el de mayor frecuencia. Ahora, cuando uno escribe en ritmo de humor nunca los lectores sabran cuan cierto o no es lo que uno dice, cuando se ajusta a la verdad y cuanto se exagera. Por eso estos son los artículos que mas se gozan.