sábado, 8 de octubre de 2011

Limosna


Quien viaja en las camioneticas de Caracas cada día se encuentra a vendedores que ofrecen lápices, libretas, chocolates y otros dulces casi invariablemente a nombre de una asociación que se esfuerza por ayudar a jóvenes drogadictos. Una que otra vez, los vendedores se atreven a confesar motivos absolutamente personales.

Pero también se ha puesto de moda que el medio de transporte público se convierta en espacio para lanzar demandas ante problemas de salud, y de esa manera acopiar dinero para una medicina, un equipo quirúrgico o para la propia operación. Hasta hace poco había sido testigo del discurso de hombres y mujeres con tensión alta, deficiencias visuales, madres de niñas con labios leporinos, y hasta un hombre que sin desparpajo hizo una doble solicitud: por su rótula y una hernia inguinal, que tuvo a bien mostrarnos.

Aun cuando me harta tanta pedidera, entiendo la lógica que subyace: los autores ven en esa estrategia la manera más rápida de solventar sus tristes situaciones.

Pero hace unos pocos días una mujer de unos 40 años, rompió la monotonía de la limosna de la camionetita, cuando bien vestida y maquillada, con una belleza propia de su edad interrumpió - para empezar su discurso - con un "buenas tardes señores pasajeros".

"Quisiera pedirles su atención por un momento", dijo mientras trataba de cubrir a todos con su mirada. "Yo soy una madre divorciada y con tres hijos, que cuenta con un pequeño negocio que permite pagar la deuda del apartamento, el colegio de los muchachos, su alimentación y una o dos salidas al centro comercial al mes. Lo que ganó no me permite otros gastos, mucho menos ahorrar".

"Y se preguntarán", continuó, "¿en que podemos ayudar a esta mujer?. Pues sucede que estoy teniendo un grave problema de autoestima que esta afectando notablemente mi desempeño profesional y mi capacidad de conocer gente y -por supuesto- tener un amante"

"A cada uno de mis hijos los amamanté diligentemente por más de seis meses. En cada oportunidad mis senos brindaron toda la leche necesaria y adquirieron notables volúmenes. Pero una vez finalizado el ciclo, ellos dejaron de ser los senos que tan orgullosa lucía antes de mi primer embarazo. Cada día cuando me los encuentro en el espejo me sorprendo de lo feo que están, y por ello siento miedo en mostrarme desnuda ante un hombre. Desde hace ya dos años -cuando se inició mi divorcio- no he vuelto a tener sexo".

"Por eso quisiera solicitarle su colaboración para pagar la operación que me lleve a colocarme unas buenas tetas de 300 c.c. de siliconas, que me hagan lucir más joven, más bella, más apetecible para los hombres y me permitan reinventar las noches de placer".

Todo eso lo dijo con voz firme y un demostrado optimismo, antes de dar una estocada sorprendente a quienes la mirábamos atentos: "¡esto es lo que quiero cambiar!" y acto seguido abrió su camisa e hizo aparecer unos senos planchaos, caídos y desproporcionados; unas tetas horrorosas.

Hombres y mujeres sacaron sus carteras. Yo puse 20 mil bolos.

Publicado en El Mundo. el 23 de septiembre de 2004

Ilustración Rogelio Chovet

domingo, 18 de septiembre de 2011

Demasiadas hélices


Si usted tiene más de un mes viviendo en la zona metropolitana de Caracas o en sus ciudades dormitorios, ubicadas entre Maracay y Caucagua, La Guaira y Ocumare del Tuy, ya sabe a la perfección la dinámica del tráfico, hora por hora y día por día. Que el lunes es el peor para entrar a la capital a partir de las 5:30 de la madrugada y que el viernes es un desastre llegar a casa, lo saben quienes viajan en carros particulares, autobuses o camioneticas.

Para usted no es ninguna sorpresa que entre las cuatro de la tarde y las ocho de la noche el distribuidor Altamira es un estacionamiento. Tampoco se extraña que su recorrido de 24 kilómetros entre Los Teques y el puente de Coche le tome -al menos- una hora.

Usted está en perfecto conocimiento de que tardará dos horas más en trasladarse desde Baruta a la Plaza Venezuela si se le ocurre salir después de las 6:30 de la mañana. No es un misterio para quienes viven en Guarenas, Guatire, la Urbina, Lomas del Ávila y sitios cercanos que en la Cota mil la cola en la mañana es en el sentido este-oeste y en la tarde oeste-este.

Conseguir una tranca en las avenidas Francisco de Miranda, Sucre, San Martín, Urdaneta, Baralt o la principal de las Mercedes, gracias a los semáforos, los autobuseros y camioneteros, no causa asombro a ninguna hora del día.

Un buen habitante de Caracas incluso conoce a la perfección los caminos verdes para desplazarse lo más rápido posible desde el suroeste hasta el norte de la ciudad, desde Caricuao a la Castellana y desde Catia a Los Rosales.

A pesar de este diagnóstico, que seguro compartirá conmigo, no una, sino a dos cadenas de radio en la capital, les ha dado por tener servicios de información de tránsito para los caraqueños usando sendos helicópteros. Reviven aquellas épocas cuando una avioneta "la Tango Tango Fox" salía de La Carlota para comunicar a Radio Caracas Radio la situación del tráfico.

Y yo no le encuentro razón. ¿Para que nos dan un servicio que no necesitamos? ¿Cuál es la ganancia para los conductores? ¿Por qué los que sostienen a los helicópteros en el aire "incluyendo a los anunciantes" creen que el sonido de fondo de las hélices, el bendito tucutucutucu, y la voz de un locutor hablando de las marchas lentas o los fuertes retrasos, puede proporcionar una mejor calidad de vida a quienes estamos encerrados en nuestros carros? Desde las benditas máquinas, los datos sobre el tráfico de Caracas se asemejan a los que proporciona un contador: es la información más precisa que no sirve absolutamente para nada. Estoy convencido de que si estas radioemisoras graban el programa del martes, este puede ser repetido el miércoles o el jueves y nadie notará la diferencia.

Así que yo me pregunto, para qué dos helicópteros sobrevuelan la ciudad. Acaso para qué en stereo nos digan la misma vaina. Es más, seamos razonables: cuál es la necesidad de que un solo helicóptero viaje por nuestros cielos con el único fin de traducirnos la tranca que día a día vivimos.

Alejandro Luy

Notas:

1. Artículo Publicado en El Mundo, febrero de 2004

2. Traffic Center está cumpliendo 11 años en el aire.

3. En la actualidad, Traffic Center, La Máquina y VTV (en el helicoptero del DIBISE) dan servicios de tránsito. Es decir empeora el tráfico y más medios nos lo recuerdan..

Ilustración Rogelio Chovet

martes, 6 de septiembre de 2011

¿Censo en el salón de fiestas? ¡Olvídenlo!


Muy temprano en la mañana entré en estado de alerta cuando esto leí en la prensa del domingo 4 de septiembre:
“El miedo a la inseguridad no está en las preguntas del censo 2011. Sin embargo, Janeth Maldonado, miembro de la junta de condominio del edificio San Francisco, en Caurimare, conoce la respuesta de sus vecinos ante el auge delictivo en la ciudad.
“Tememos a la delincuencia; ya se nos hace difícil abrir las puertas. Por eso sentimos alivio al escuchar a Elías Eljuri, presidente del Instituto Nacional de Estadística, quien asegura que no es obligatoria la entrada de los empadronadores al hogar.
Decidimos utilizar el salón de fiesta para llevar a cabo la consulta”, explicó.”

Yo de verdad espero que los miembros de la Junta de Condominio del edificio donde vivo, así como varios furibundos vecinos, no hayan leído la noticia o que lo de haberlo hecho haya sido sin café en las venas. Porque en mi edificio vive gente de varias nacionalidades que tienen los defectos propios de la gente de todas las nacionalidades, es decir las de todos los seres humanos, a saber: 1. les encanta copiar cualquier idea sin saber pa´ qué sirve, 2. creen que su idea, que es una idea copiada, es tan buena que asumen que a todos les debe gustar, 3. a cuenta de presidir algo – en este caso la Junta de Condominio – inmediatamente deciden por todos, y, posiblemente el más importante para esta circunstancia, 4. no saben guardar un secreto.
Pero como sé que mi deseo no se cumplió y que a estas horas la Junta de Condominio debe estar redactando el papel que va a pegar en la cartelera anunciando los horarios en los que los empadronadores estarán sentados en el salón de fiesta esperando a los vecinos, me he puesto alerta para evitar este “retrato de grupo”.
Porque, una vaina es que un joven, contratado por el INE te pregunte el nivel y las fuentes de tus ingresos, para convertirlos en una estadística y otra muy diferente es que la vecina del piso 10 - que vive dándole correazos y peleando con su hijo de 9 años – use la información como tema de conversación con sus amigas del edificio y la conserje.
Que el gobierno sepa que voy a clínicas, tengo seguro privado, contamos con lavadora y calentador del agua, es menos peligroso que sea conocido por la mujer del 7-B, que se la pasa en el pasillo de entrada hablando con el desempleado de 6-C, y con la gorda del 9-D.
Me puedo imaginar a las amargadas madre e hija que viven en el primer piso, riéndose en el ascensor después de que yo me declare “blanco”, o el gordito del 4-A tratando de entender porque yo dije al empadronador que “aquí viven dos familias, una está conformada por mis hijas y mi hijo que tienen a esta casa como hotel”.
Así, empadronarse en el salón de fiestas es un ejercicio muy peligroso ya que tu información la compartirás con un desconocido – el empadronador – y muchos “conocidos” que diariamente te ven salir y entrar de tu casa.
Si ya sabemos que los empadronadores tienen su gorrita, su chaleco con la identificación bien expuesta, y que no tenemos porque dejarles entrar a la casa, para qué carajo tenemos que hacer una merienda en el salón de fiestas para responder la encuesta del censo. ¿Qué necesidad tenemos de copiarnos de la gente de Caurimare?
Así que, por encontrarlo menos peligroso, prefiero ser solo una estadística para el gobierno que una fuente de información para mis querid@s vecin@s. Para el salón de fiestas no voy ni que pongan ron, vino tinto, empanada gallega y tequeños.

Alejandro Luy
Septiembre 5, 2011

Foto: La cartelera del edificio donde vivo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Allí viene el censo


Como usted debe saber – o debería – el 1 de septiembre empieza en Venezuela el Censo de 2011, que tiene varias diferencias con las anteriores jornadas. En primer lugar, durará 3 meses. Hasta hace 11 años el censo se hacía en un día, durante la jornada de domingo de “toque de queda”.
Pero hay otras notables diferencias que tienen que ver con nuestros tiempos; los tiempos de Venezuela. Por ejemplo, ya los empadronadores no cargarán un paquete de encuestas impresas, sino que contarán con un dispositivo electrónico, casi un smart phone, que hará que los datos se almacenen y transmitan más rápidamente. Debido a la inseguridad, que todos sabemos que no existe pero que la mayoría de la población percibe, ya la campaña no habla de “ábrele las puertas al censo”, como rezaba en 1990, sino que informa que los encuestadores estarán perfectamente identificados, que habrá un número de teléfono para verificar sus datos y que – aunque suene insensible – usted no tiene que abrir la puerta ni para darle agua.
Finalmente, la mayor de las diferencias, es que ahora el censo constituye un motivo de desconfianza en este país. Lo que siempre había sido advertido como un trabajo técnico, hoy es medido con la sospecha de ser un hijo de la Lista Tascón, inefable instrumento que ha servido para la segregación “discreta” y la exclusión en un país donde el gobierno se jacta de inclusivo. Como dice el dicho “el que le pica macagua, le coge miedo al bejuco”.
Afortunadamente, el señor Elias Eljuri, Presidente del Instituto Nacional de Estadística, y su equipo han entendido esa triste realidad de nuestra reciente historia y se ha esforzado por despolitizar y neutralizar un proceso que debería ser trivial en un país civilizado. Por eso no me sorprendió, o lo hizo gratamente, que Eljuri y el Coordinador del Censo, Luis Gerónimo Reyes, fueron el lunes 29 a un programa en Globovisión, canal al cual ningún funcionario público del PSUV puede dar una declaración y mucho menos invitar a alguna rueda de prensa, para hablar del proceso.
Ahora, antes de esta comparecencia del INE a Globovisión, ya yo había decidido recibir al censo y responder a sus preguntas. Total, hay que ser bien pendejo para pensar que el Gobierno no sabe exactamente todo acerca de ti. Cruzando la información de la declaración de impuesto, RIF, CADIVI, registros públicos, Seguro Social, movimiento migratorio, y la de sus deudas y cuentas, y – por supuesto – la Lista Tascón, lo único que quizás no sabe el gobierno es su tipo de sangre. El mío es O Rh+.
Pero en la entrevista del INE en Globovisión dijeron una cosa que para mí es clave: nadie va preso por no responder al censo, por tanto la obligación es moral. Además el organismo ha informado que obtener la respuesta al 80% de las preguntas es suficiente para el fin último del censo, como es la elaboración de programas y políticas públicas.
Con lo anterior, procedí a revisar la encuesta y al menos una de las ocho decenas de preguntas no voy a contestar: la pregunta siete de la sección V, que indaga si el encuestado es negro, afro descendiente, moreno, blanco y otra. Debo aclarar que no se trata de que me disguste la pregunta o que la considero inútil en un país que hasta ahora he percibido mestizo y mayoritariamente no racista. Lo que sucede es que la encuentro muy difícil, y ya le explico por qué.
Mis antepasados Luy fueron dos canarios, que llegaron y se enamoraron de dos hermanas, las Urbano, que – según palabras de mi papá - “eran dos negritas” dueñas de los terrenos donde ahora está el aeropuerto. Mis tatara abuelos eran Manuel Luy e Isidora Urbano, un blanco y una negra, y uno de sus hijos fue el abuelo de mi papá, Simón, a quien siempre mi mamá y sus amigos lo han llamado “el negro”. Mi abuela por parte de padre era de origen español, mientras que mi abuela y mi abuelo por parte de madre eran blancos zulianos. Podría pensar que yo debería ser blanco, pero viendo a mi amiga Mary, eso es imposible. Blanca ella, Carolina, Daniela, Tina, entre otras. Entonces soy moreno, pero cuando me comparo creo que esa es una denominación para mi amigo Carlos. Mis amigas Cristina y Liz, lucen “afro descendientes” pero no “negras”, aunque yo siempre las llamé con cariño “negritas”. Total que la cosa no me cuadra y me genera esta indefinición.
También está la opción de “otra”, pero ¿cuál? Evidentemente aquí le faltó a los técnicos del INE una gama más amplia de opciones; algo así como una paleta equivalente a la que usamos para el café los venezolanos: tetero, café con leche claro, café con leche, café con leche oscuro, marrón claro, marrón, marrón oscuro, guayoyo y negro, a saber.
En conclusión, desde ya advierto a mi encuestador que no se lo tome a mal cuando, llegada la pregunta siete de la sección V, mi respuesta sea: paso.


Alejandro Luy
29 de agosto de 2011

Ilustración:Rogelio Chovet

miércoles, 24 de agosto de 2011

Me fui a la playa (después de mucho tiempo)


Me fui a la playa y apenas llegué, quienes estaban en la arena me bautizaron “el resplandor”.
Me fui a la playa y casi me hospitalizan: nadie sano podía tener ese extraño color en la piel.
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y un coleccionista me ofreció 200 bolívares por mis flotadores de Picachú.
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y entendí la felicidad de mi amigo Tulio de Barinas el primer día que vio al mar, a una edad cercana a los 30 años.
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y me enteré de la invención del bikini.
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y pedí una cerveza Cardenal, y la mujer del kiosko exclamó: ¡se te cayó la cédula!
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y me di cuenta que ya mis hijas no llevan tobitos para hacer castillos de arena.
Me fui a la playa, después de mucho tiempo, y pude terminar de leer el libro que había empezado la vez anterior: Cien años de soledad.
Me fui a la playa, y cuando regresé me di cuenta de que venezolano/a que se precie tiene un álbum de fotos en el facebook que se llama “Arenita Playita”.

domingo, 14 de agosto de 2011

Calentando motores


En los dos últimos años, a causa de asuntos personales, mi actividad de productor de artículos fue contrastante: escribí poco para Vivir viviendo (donde usted está ahora) pero inauguré Historia en (re)construcción (cuyo enlace encontrará más abajo). Veintiún artículos para el primer blog y trece para el segundo a parecen escasos para un período de 24 meses, sobre todo si se comparan con los 36 escritos de 2008.
Pero ahora decido reactivarme, básicamente para saciar mi necesidad de opinar, hablar paja pues, de lo que se me ocurra o intentar (re)construir historias posibles, soñadas o deseadas.
Motor 1. Como interpretar una pendejada.
El Consejo Nacional Electoral de Venezuela, ha editado un “Listado (sic) de electores y electoras entre 111 y 129 años de edad”, el cual consta de 60 páginas y ha sido distribuido este domingo 14 de agosto en el diario Últimas Noticias, el de mayor circulación en el país.
¿Para qué carajo sirve esto? Según parecen, pretende el CNE que los miembros de “la juventud prolongada”, diría yo prolongadísima, van a estar pendientes de ver, o de que un hijo, nieto, bisnieto o su equivalente femenino, vean si están en esa lista para llamar a un representante para registrarse.
Pendejadas de esa magnitud solo son posibles en un país de petrodólares. Claro, en su discurso el CNE hablará de “inclusión” y del derecho de todos y todas. Pendejadas de un organismo que es incapaz de publicar en su portal los resultados de las votaciones de los venezolanos fuera de nuestras fronteras.
Soy injusto. Debo reconocer la felicidad para los dueños de perros y canarios. Mañana habra con que recoger los excrementos.
Motor 2. El hombre que amaba a los perros.
“Liev Davídovich concluiría que si muchas veces había tenido dudas respecto a la fidelidad de sus amigos, de lo que podía estar seguro era de la constancia de sus enemigos, fuera del bando que fuesen”.
“Como todos los dictadores, Stalin había seguido la gastada tradición de acusar a sus enemigos de colaborar con una potencia extranjera”.
El libro es del cubano Leonardo Padura.
Motor 3. Historia 13.
Canciones para ti”.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Sobreviví


"El avión, piloteado por un dominicano, se aproximaba al aeropuerto de Maiquetía pero, inexplicablemente, bajó su tren de aterrizaje y procedió a intentar posarse sobre la Avenida Catia La Mar. Sus ruedas llegaron a tocar el piso y, sin colisionar con ninguna estructura o vehículo, volvió a despegar para continuar un zigzagueo entre edificaciones alrededor del aeropuerto. Mientras, los pasajeros escuchaban la conversación del piloto con la torre de control y temían un desenlace fatal. Finalmente el avión aterrizó atravesando las pistas de manera poco habitual, y terminó deteniéndose ante un hangar."
Eso lo soñé dos días después de haber entregado el proyecto de grado (la tesis) de la Maestría en Gerencia Ambiental y por ese motivo lo tomé como una premonición, una señal que decía: sobreviví.
Porque, desde que escribí "Estudiar a los 46...qué necesidad hay de eso", yo sabía que el trayecto entre el inicio y el fin de la maestría no sería un viaje de rutina. Al menos se parecería a varios traslados vividos en estos 22 meses hacia Bogotá: algunas turbulencias, una vez cerrado El Dorado por lluvia y desviado para Medellín, un aterrizaje abortado y varias veces sentado en el asiento del medio, con un par de gordos al lado.
Sería penoso describir cada momento intenso con profesores y monitores, equipos de trabajo, entre otras cosas porque daría la impresión de que no disfrute de manera proporcional a todos los stakeholders antes mencionados. Quid pro quo.
Seis días después del sueño (¿por qué no le llamo pesadilla?) recibí, en primer lugar, un correo grupal con un impersonal "felicitaciones a todos" y luego otro con una tabla contentiva de la nota final del proyecto de grado, que confirmaba el presentimiento.
Pero el paralelismo entre la alucinación y la maestría llegó hasta el punto final de la historia. Así como milagrosamente el avión logró aterrizar y estacionarse, para mí fue un prodigio la aprobación del proyecto de grado, el último paso para la salvación de la maestría. No fue lo mismo para mis compañeras y compañeros, cuya inteligencia y capacidades “nérdicas” no pueden ser equiparadas a las de un tipo que llaman “Alejo”. Ell@s tuvieron un aterrizaje seguro.
Dicen que quien sobrevive a un accidente o desastre aprende a valorar la vida y siempre quedan con cierto temor a tomar el mismo riesgo. Por tanto, no esperen por ahora verme sentado en un aula de clase. Eso se los dejo a Caro K, Juanita y a José Agustín, quienes seguro ya están escogiendo el doctorado a cursar o, peor, acaban de pagar la matrícula del primer semestre.

Alejandro Luy – Agosto 2011