sábado, 20 de diciembre de 2008

Cochino demócrata


Dada la hipersensibilidad presente en el país originada por la polarización política, el patético desempeño de varios equipos de baseball, el amor por los animales, y por muchas otras cosas, tomo la previsión de pedirle al lector que no saque conclusiones apresuradas a partir del título de este artículo. Inicie su lectura, sin prejuicios, concluya y califique. Gracias por ceñirse al orden propuesto.
Muchos sabes que desde hace tiempo he manifestado públicamente mi aversión a las celebraciones de navidad y año nuevo. Es celebre en los círculos de intelectuales la controversia navideña entre la escritora Carolina Espada y mi persona, la cual puede leer en este blog (http://alejandroluy.blogspot.com/2007/12/fiestas-talibanas.html) o en Nojile (www.chovet.com/nojile, Fiestas talibanas vs. Tras un pase de Jingle Bells). Sin embargo, ha sido esta distante posición la que me ha permitido hacer un análisis científico sobre los procesos sociales y culturales relacionados con estas fiestas.
Hoy resulta un momento apropiado para mostrarle el más reciente de los estudios, cuyos datos empecé a acopiar hace más de un año, pero que se alimentaron notablemente en este año cuando la navidad la decretaron con luces, San Nicolases, gaitas y parrandas el primer día de octubre (vaya a usted a saber porque motivo).
Hace un año, estaba con una amiga que regresaba de su viaje de vacaciones por la India y la invité a una refinada pastelería del este de la ciudad y cuando el muchacho de la barra – quien me veía por primera vez en su vida - me entregaba mi pedido, sutil pero decididamente me acercó un cochinito de plástico de color rosado con una clara intención de que le dejara un aguinaldo.
En otra oportunidad, al temer hacer uso de mi celular en el centro de Caracas y para evitar un arrebatón indeseado, decidí utlizar una de esas centrales telefónicas de sombrilla que pululan por el territorio nacional. Luego de mi llamada, y cuando me dispongo a pagar, el manganzón dueño del negocio me lanza desde su voluminosa humanidad “son quinientos bolos y algo pal cochinito”.
Y entonces me puse a detallar la presencia del cochino en nuestras vidas decembrinas. Y allí estaba, de plástico, amarillo o rosado o verde o rojo, en las incalificables camioneticas públicas (de manera destacada en aquellas cuyos conductores le niegan el acceso a los estudiantes), en la mesa de los vendedores de frutas (piña picada, cambur, ensalada de frutas) cercanos al Parque Carabobo, en los buhoneros de autopistas que atienden las necesidades del 20% de los venezolanos que poseen vehículo propio, en los kioskos de prensa de Colinas de Bello Monte, El Hatillo o Los Palos Grandes, en todas las panaderías (obviamente), en varios abastos y supermercados, y hasta en las estaciones de servicio encerrados entre 91 y 95 óctanos. Cada uno de los que cree que su labor necesita un bono solidario de parte de sus clientes, tiene un cerdo de material blando con una abertura sobre su cabeza o su lomo por donde deben entrar las monedas y los billetes.
Así, junto al típico árbol de navidad, las luces y las bolas – las de adorno -, el cochinito de plástico es otro signo indudable de nuestras navidades, que al tener acceso a todos los sectores de la sociedad, lo hace absolutamente democrático.
Ese parece ser nuestro único cerdo demócrata, porque pernil de verdad como que no hay pa´ todos.
Alejandro Luy
Publicado en el diario El Mundo, hace varios años atrás.


Ilustración: Rogelio Chovet

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