lunes, 3 de marzo de 2008

Habla el caimán


Sin duda alguna no hay seres más metiches que los biólogos, profesionales afines y conservacionistas que se la pasan hurgando detrás de la existencia de los animales; seres vivos que tratamos de hacer de nuestra vida privada y vienen ellos de pepa asomada a inmiscuirse en asuntos que son solos nuestros. ¡Acaso los animales de la parte baja de la escala evolutiva no tenemos derechos!
Imagino que saben porque me encuentro con esta soberana molestia. Ustedes deben haber leído sobre un caimán que encontraron la semana pasada en Playas Los Cocos. Pues se trata de mí, que estaba de lo más tranquilo hasta que me atraparon unos cuantos especialistas cuando yo, un digno caimán de la costa, me encontraba de paso por las playas del estado Vargas.
¿Que qué hacia allí? Ya se pusieron a especular sobre el origen de mi presencia, pero con habérmelo preguntado yo les habría dicho lo que ahora escribo. Resulta que yo estaba viviendo con mi caimana, allá en el Refugio de Fauna Silvestre Cuare, al lado del Parque Nacional Morrocoy, quien misteriosamente se volvió cuaima luego de que le reclame porque estaba consintiendo demasiado a nuestros 80 caimancitos. La pelea fue tan fea (imaginarán como es una pelea con una caimana de 3 metros y un pocote de dientes) que preferí hacer un largo viaje hasta que la cosa se calmara.
Así que hace poco más de un año yo salí de mis tierras falconianas y me vine tranquilito por la costa con intenciones de llegar hasta la Laguna de Tacarigua donde, comiendo lisas y lebranches, vive mi compadre Perucho. Créame que la cosa no estuvo fácil. Por Golfo Triste las playas son un desastre y están contaminadas, y más tarde en Puerto Cabello tuve que esquivar un poco de buques. En La Ciénaga la cosa mejoró, pero sólo como un preámbulo a lo que me acontecía cuando llegara a La Guaira.
Allí tenía que venir una gente y descubrirme mientras tomaba plácidamente el sol un martes libre de temporadistas, para que más tarde llegaran los profesionales estos y, a cuenta del Grupo de Especialistas de Cocodrilos de la Unión Mundial de la Naturaleza y de la Oficina de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente, me cayeran encima, para enrollarme el hocico, amarrarme todo y traerme a un hospital de Caricuao, donde viven un poco de animales encanados.
¡Pero carajo que yo no estoy enfermo, ni loco, ni desmemoriado! No le he robado nada a nadie, ni me comporto como mis primos cocodrilos de mar que viven en Australia y se comen a la gente. Yo soy un caimán libre que decidió irse de su casa para ver si se resolvían los problemas con su caimana, vaina que hacen los humanos con más frecuencia de lo que la gente se imagina, y a cuenta de eso nadie los atrapa para meterlos en un manicomio.
Claro, yo no soy el único con este tipo de problemas. Un flamenco que es pana y que se la pasa volando de Bonaire para los Roques, de Los Olivitos para Chichiriviche, está en boca de un poco observadores de aves sólo porque en una de esas se llegó hasta los llanos. ¿Ustedes saben para qué? Para conocer los hijos de un compadre garzón soldado que vive por allá en Apure. Los animales somos más sociales que los humanos.
Yo soy un caimán adulto - mis casi tres metros de largo lo demuestran - así que exijo que me dejen en paz, disfrutando de mis derechos de moverme libre por todo el territorio de Venezuela.
Lo único bueno de toda esta situación es que parece que me van a dar la cola hasta la Laguna de Tacarigua, donde desde hace más de un año me esta esperando el compadre Perucho pa´ comernos unas lisas y unos lebranches.

Alejandro Luy
Publicado en El Mundo. el 18 de septiembre de 2002
Ilustración de Rogelio Chovet

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