domingo, 26 de febrero de 2012

Yo en el Maratón de la CAF 2012


Empiezo advirtiendo que este no es un artículo deportivo. El hecho de que yo haya estado en el Maratón de la CAF de 2012 desde las 6 de la mañana no debe tomarse como un indicativo de que soy un deportista que se atrevió a aceptar el reto de correr 21 o 42 K, es decir media o la maratón completa.
Quien me conoce sabe que soy de los que sostiene la tesis de que el deporte es malo para la salud. Una fascitis plantar o un codo de tenista no le da a quienes nos quedamos tranquilo viendo la televisión, aunque sean deportes por ESPN. Esas son algunas de las enfermedades propias de quienes se dicen “deportistas”.
Tampoco se trata de ser un faramallero, para lucir los veintúnicos shores Nike y la veintúnica franela puma, antes los más de seis mil corredores/as que se soltaron a correr este 26 de febrero.
Fui al Maratón de la CAF para hacer un par de investigaciones. La primera, pretendia tener una medida de cuan atletas son mis amigos, o al menos la gente con la cual estuvo relacionado en el pasado. Uno sabe de alguna gente que se la pasa corriendo los 10K, los 21K y hasta las 42K, pero cuántos de esos que son como uno realmente disfrutan de poner sus pasos sobre el asfalto. Bueno después de este día al menos me ha quedado claro que, además de Eddy y Luciano, no parece haber ningún amigo que ande cometiendo esas imprudencias. A nadie más de los que están en mi facebook los vi cruzando la meta. Si sumo a los corredores de diez kilómetros, Diana, Ninoska, Thony, Antonio, Anita y Pedro, entonces queda claro que la mayoría de mis amigos/as son gente normal como Carlos y Norberto que superaron esa etapa de andar corriendo en su juventud temprana. José Agustín parece que va a caer en el camino de la perdición, ojalá la cerveza lo salve.
Pero, y aquí viene la segunda investigación, debe haber un motivo para que más de seis mil personas, jóvenes, viejas, gordas, flacas, bellas o feas, decidan enfrentar ese poco de kilómetros un domingo antes de que salga el sol. No debe ser el premio metálico, que en ésta oportunidad era muy bueno, porque la mayoría no tenía cara de estar engañándose: estaban claritos que son parte de “el lote”.
He escuchado la tesis de que el trotar genera tantas endorfinas que prácticamente terminas drogado, pero si ese fuese el motivo más de uno se le debe haber pasado la nota una vez que los músculos le empezaron a doler. Casi todos los que vi en la carrera luego estaban en las carpas de Dencorub.
Ansioso por saber el motivo pensé que la razón de tanto esfuerzo no la iba a encontrar en el camino sino en la meta. Logrando escabullírmele a los policías, organizadores y voluntarios me quedé plantado por más de cuatro horas en el extremo final de la carrera grabando lo que sucedía cada vez que un corredor traspasaba la meta.
Y fue así como, justo en el momento que salió el sol me di cuenta por qué la gente corre un Maratón. Qué es aquello que los estimula, cuál es el motivo que lo mueve a tanto esfuerzo. Por qué madrugar, gastar zapatos y sudar un domingo de febrero.
La razón: un cambur. Amarillo, madurito y lleno de potasio.
La gente corre para que le den un cambur. Con ese estímulo, vale la pena el esfuerzo. Al menos eso piensan los maratonistas.

Alejandro Luy
26 de febrero de 2012

lunes, 6 de febrero de 2012

El extraño caso de los trenes chillones


Estando en el día de hoy viajando en el Metro de Caracas recordé cuando una amiga compró, con mucho esfuerzo, su primer carro de agencia. Prácticamente luego de salir del concesionario el motor se le fundió a causa de una falla del vehículo. Cuando lo llevó adonde lo había comprado, en vez de cambiárselo, procedieron a reparar el motor y le devolvieron el carro. Allí empezó su calvario y por tanto ella nunca disfrutó, como soñaba, su carro nuevo. Por fuera estaba lindo, pero el motor era un desastre.
¿Y qué tiene que ver eso con el metro? Mucho. Verá, hoy lunes 6 de febrero dos de tres trenes en el sistema eran nuevos. Los españoles, los bonitos, los rojitos, con luces y aires acondicionados que funcionan. Parece que finalmente las autoridades recibieron todas las unidades y procedieron a ponerlas a funcionar para el bien de los usuarios.
Pero – como en el caso del carro de mi amiga – todo indica que los trenes españoles vinieron con fallas de fábrica. No crean que exagero. ¿Sabe usted cuándo viene el tren? Cuando empiezan a sonar los frenos. Parece que las unidades vinieron con las pastillas vencidas o sin liga de freno. Y eso pasa con todos los trenes. Si no me creen váyase hasta una estación, póngase en el andén y cierre los ojos. Ábralos sólo cuando escuche los frenos antes que el tren. Invariablemente estará arribando un tren socialista español que, según nos dijeron al comprarlo, es mejor que el tren de derecha francés aunque aparentemente más escandaloso. ¿Cosas del socialismo?
Una vez dentro de la unidad, viene la otra parte. El tren nuevo no solo se agita cada que frena, sino que cada vez que avanza 50 metros frena. Es decir, por alguna extraña razón los trenes españoles son incapaces de mantener un movimiento continuo y a velocidad constante entre estaciones, tal como estábamos acostumbrados los usuarios que usamos el metro desde su inauguración en los tiempos de Luis Herrera Campins.
Sé que todos los venezolanos somos capaces de calarnos ésta situación y acostumbrarnos a que nuestros servicios públicos sean cada día peor. Es lo que hemos hecho desde hace tiempo. Pero, me gustaría pedirle al gobierno que ejerza la soberanía y exija a los españoles, que ya dejaron de ser socialistas, una rebaja en el precio de los trenes.
Y si no nos la dan, ¿no le parece un buen motivo para iniciar la pelea con Rajoy?


Alejandro Luy
6 de febrero de 2012