viernes, 17 de julio de 2009

Vender pantaletas


Hoy me atrevo a confesarles algo que decidí ya hace muchos años atrás, y he compartido con algunas pocas personas: yo me voy a dedicar a vender pantaletas.
El motivo básico es que la venta de pantaletas posiblemente sea una de las actividades que implica menos interacción con los seres humanos, y por tanto de las que generan menos conflictos.
Porque estoy seguro de que usted al igual que yo estará de acuerdo que lo peor de trabajar con o para las personas, son las personas. Llámelo jefe, empleado, aliado, patrocinante, funcionario, compañer@ de trabajo, usuarios, proveedores, conserjes, ascensorista o secretaria, cualquier de ellos, y muchos más provocan durante toda nuestra vida laboral una inmensa pérdida de energía.
Los peores estados emocionales, durante nuestra vida útil están asociados a estas relaciones tanto con gente que vemos esporádicamente o incluso una vez en la vida, como con la masa que es parte de nuestra rutina diaria por muchos años.
Se estará preguntando ¿cómo la venta de pantaletas liquida esta situación? En primer lugar la compra de pantaletas es un acto imprescindible de la vida de cualquier mujer. Incluso, aquellas mujeres que no usan pantaletas, al menos deben tener algunas para aquellos días en "que se sienten más mujer", y si no tendrá que comprarla cuando sea vieja, o cuando tenga hija. Pero también el hombre compra pantaletas, y aunque no constituye para él un gesto imprescindible, es una buena carta bajo la manga. Por algo Victoria Secret tiene a las mejores modelos en sus pasarelas vestidas con ropa interior. Así que los vendedores de pantaletas tienen garantizada la demanda.
El otro asunto acerca de las pantaletas es que en el proceso de selección son escasos los momentos en que se le solicita alguna opinión al vendedor. Quien vaya a comprar una chaqueta, suele probársela y el vendedor hará comentarios sobre la caída en los hombros o el largo de de la manga. Si se trata de una blusa, recibirá recomendaciones sobre el color más apropiado. Pero con la pantaleta, la compradora mira el modelo, siente la tela, analiza el color o el dibujo, fantasea (si es que aun fantasea) en torno al momento de su uso, pero no buscará ninguna opinión. Si ella acierta o se equivoca, es por su propia decisión, y por tanto nunca podrá culparnos.
El tercer aspecto, y el más relevante para mi preocupación sobre las interacciones con la gente, viene dado por una característica que no se da con otro tipo de ropa, y que solo comparte con los interiores o calzoncillos: una vez pagada la prenda, la gente ya no puede hacer reclamo sobre la misma. No se aceptan devoluciones, es el letrero común en todas las pantaleterías. Si el adminículo no le sienta bien a usted, su hija, su esposa o su amante, puede procedérselo a regalárselo a otra o utilizarlo para limpiar los zapatos, pero no puede volver a mi tienda a exigirme un cambio, ante lo cual yo deba interactuar para entenderlo, buscar una nueva prenda, hacer la devolución y cuadrar las cuentas para que el SENIAT no me multe.
A lo sumo, si la pantaleta no sirve, el comprador invitado a regresar para llevarse el mismo aparejo femenino en una talla más grande o más pequeño, o para escoger un cachetero en vez de un hilo dental, o viceversa, según sea el caso.

Vender pantaletas y vivir frente al mar, he allí mi retiro.